El Aliento de los Dioses by Brandon Sanderson

El Aliento de los Dioses by Brandon Sanderson

Author:Brandon Sanderson
Language: eng
Format: mobi
Published: 2011-01-19T05:00:00+00:00


Capítulo 28

—La reunión está concertada, mi señora —dijo Thame—. Los hombres se muestran ansiosos. Tu trabajo en T'Telir está adquiriendo cada vez más notoriedad.

Vivenna no estaba segura de qué pensar al respecto. Bebió su zumo. El tibio líquido era adictivamente sabroso, aunque añoraba un poco de hielo idriano.

Thame la miró con ansiedad. El bajo idriano era, según las investigaciones de Denth, de fiar. Su historia de haberse visto «obligado» a una vida delictiva era un poco exagerada. Cumplía una función en la sociedad hallandrense: actuaba como enlace entre los obreros idrianos y los diversos elementos criminales. Al parecer, también era un patriota convencido, a pesar de que tendía a explotar a su propia gente, sobre todo a los recién llegados a la ciudad.

—¿Cuántos asistirán a la reunión? —preguntó Vivenna, contemplando el tráfico de la calle.

—Más de cien, mi señora. Leales a nuestro rey, lo prometo. Y hombres influyentes todos ellos... para ser idrianos en T'Telir, claro está.

Cosa que, según Denth, significaba que eran hombres que tenían poder en la ciudad porque podían proporcionar trabajadores idrianos baratos y manejar la opinión de las masas idrianas sin privilegios. Eran hombres que, como Thame, vivían a expensas de los expatriados idrianos. Una extraña dualidad. Estos hombres tenían su valor entre una minoría oprimida, pero sin dicha opresión carecerían de poder.

«Como Lemex —pensó ella—, que servía a mi padre, que incluso parecía respetarlo y amarlo, pero mientras tanto robaba todo el oro que podía.»

Se echó hacia atrás, vestida de blanco con una larga falda plisada que ondulaba con el viento. Dio un golpecito al borde de su copa, e inmediatamente un criado la rellenó de zumo. Thame sonrió, tomando zumo también, aunque parecía fuera de sitio en aquel caro restaurante.

—¿Cuántos crees que hay? Idrianos en la ciudad, quiero decir.

—Unos diez mil.

—¿Tantos?

—Hay problemas en las granjas. —Thame se encogió de hombros—. A veces es difícil vivir en esas montañas. Las cosechas fracasan y te quedas sin nada. El rey es dueño de tus tierras, así que no puedes venderlas. Y hay que pagar los préstamos...

—Sí, pero se puede hacer una petición en caso de desastre.

—Ah, mi señora, pero la mayoría de estos hombres viven a varias semanas de viaje del rey. ¿Deben dejar a sus familias para hacer una petición, cuando sus seres queridos pasarán hambre durante las semanas que tarde en llegar la comida de los almacenes del rey si tienen éxito? Prefieren venir a T'Telir y buscar trabajo aquí, cargando en los muelles o recolectando flores en las plantaciones de la jungla. Es un trabajo duro pero seguro.

«Y al hacerlo así, traicionan a su pueblo.»

Pero ¿quién era ella para juzgar? La Quinta Visión lo definiría como arrogancia. Sentada allí al fresco del patio de un restaurante, disfrutando de una agradable brisa y un caro zumo mientras otros hombres se esclavizaban para alimentar a sus familias. No tenía ningún derecho a despreciar sus motivaciones.

Los idrianos no deberían buscar trabajo en Hallandren. No le gustaba admitir ninguna culpa en su padre, pero su reino no era eficiente desde un punto de vista burocrático.



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